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La vida y otros cuentos

Hemos de hablar

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Era el mes de noviembre de 1972. Isabel, de veinticinco años, delgada, de cara fina, pómulos prominentes, ojos grandes muy negros, vivía en Toledo desde hacía varios años que llegó desde su pueblo natal, Alcolea de Tajo, para estudiar Turismo. Acababa de terminar la carrera  y estaba muy contenta con el trabajo que había conseguido en una multinacional. Trabajaba en el departamento de Internacional, los compañeros que tenía cerca eran encantadores. Sobre todo su jefe. 

Alberto Suárez era un hombre joven, manchego, casado, de treinta y cinco años, apuesto, de mirada atractiva y voz cautivadora.  Era el jefe de Internacional y consejero delegado de la empresa Global Media filial de la norteamericana Global Incorporated, proyecto que inició, hacía cuatro años, junto a tres amigos emprendedores, a la vuelta de Estados Unidos donde estuvo cursando estudios superiores. Tenían una estrecha colaboración sacando adelante proyectos muy interesantes entre los dos.

Se aproximaban las navidades y la familia de Isabel quería ir a Toledo a pasar el fin de año con ella. Sabía que su jefe era muy conocedor de los mejores sitios y al término de una de las reuniones, le preguntó:

 —Viene la Navidad y me gustaría ir a algún sitio a celebrar la Nochevieja con mi familia. ¿Sabes de alguno que esté bien?

—Hay un lugar en las afueras que es muy agradable. Si quieres, te llevo a verlo y podemos cenar allí.

Ella asintió y quedaron para ir el sábado por la noche. Se puso sus mejores galas porque estaba muy emocionada con la cita. A Isabel le gustaba mucho Alberto, su forma de ser y de relacionarse, pero tenía un inconveniente, estaba casado.

Quedaron a las nueve frente al bar que estaba delante de la empresa y allí llegó Alberto con su flamante Seat 1500 bifaro.

—¿Qué tal, Isabel? Estás guapísima —le saludó invitándole a subir al  coche.

—Gracias, Alberto. Tengo mucha curiosidad por ver el sitio. Confío en ti.

La noche fue excelente para los dos. A Isabel le encantó la sala de fiestas  en la que había un magnífico restaurante donde pasaron una agradable velada. Se conocían en la faceta laboral y aunque, a diario, comían juntos con el resto de compañeros en el comedor de la empresa, no habían coincidido fuera del trabajo. Conectaron muy rápido y sintieron que la química que tenían funcionaba también en el ocio. Cuando Alberto la dejó en el portal de su casa la cogió por el hombro dándole un beso en la mejilla para despedirse. Subió en el ascensor como si estuviera en las nubes, no se podía creer lo que estaba pasando con su jefe.

El lunes por la mañana, cuando se volvieron a ver, sus miradas eran de complicidad.

—Buenos días, Isabel. Cuando puedas, vienes a mi despacho.

—Buenos días, de acuerdo.

Isabel pensó que sería para hablar de cosas de trabajo. Pero no fue así. 

—El sábado fue una noche muy especial para mí. Hacía tiempo que no me lo pasaba tan bien con alguien.

—Yo también lo pasé genial.

—Debemos repetir.

Ella se sonrojó y se sintió azorada, lo que provocó en él una sonrisa.

Comenzaron a quedar, cuando podían después del trabajo, en alguna cafetería discreta o al término de alguna convención. Al principio, Isabel se cuestionaba salir con su jefe por doble motivo, era su jefe y estaba  casado. Sin embargo, con el transcurso del tiempo, dejó de pensarlo y se echó en brazos de la aventura del amor y de la vida con Alberto Suárez. Cada vez que tenían oportunidad se veían en hoteles discretos donde vivían su amor a escondidas.

Isabel, en el mes de marzo, notó un retraso en el periodo. No le dio demasiada importancia porque tenía frecuentes anomalías. Pero, en este caso, el retraso fue porque estaba embarazada. Se hizo la prueba y dio positivo. 

No le dijo nada a Alberto hasta que ella misma aceptó la situación de tener que enfrentarse a comunicarle el hecho. Fue en un momento del día en el que estaban solos en el despacho.

—Hemos de hablar, Alberto.

—Cuéntame, querida. —le respondió sin darle importancia a lo que quería decirle.

—Mejor hablamos después del trabajo porque es importante lo que tengo que decirte.

Él se quedó mirándola extrañado y asintió con la cabeza.

Esa tarde, al salir del trabajo, se fueron a la cafetería a la que solían ir, a menudo. Después de sentarse y pedir la consumición al camarero, Isabel le soltó a bocajarro. 

—No me ha venido la regla y tengo retraso de un mes. Estoy embarazada.

Alberto se quedó mirándola sin saber qué decir. La expresión de su cara era de estupefacción y lo único que se le ocurrió preguntar era si no tomaba medidas para evitarlo.

—Eso es lo único que me tienes que decir. Lo siguiente será que tú te desentiendes de todo.

Isabel se levantó para dirigirse a la salida cuando Alberto la cogió del brazo y la hizo volver a la mesa.

—No quiero que pienses que no voy a colaborar. Voy a estar a tu lado en todo lo que necesites, pero creo que, tanto para ti como para mí, es mejor no tener este hijo. Te ayudaré y pagaré lo necesario para que puedas tener un aborto seguro.

Isabel se echó a llorar desconsolada y ya no quiso hablar más en todo el camino de regreso. Era viernes y hasta el lunes no se volvieron a ver. Pasó un fin de semana muy estresada, sentía miedo, mucho miedo pensando en lo que se le venía encima, tanto si optaba por tener ese hijo o por abortar en clandestinidad ya que, en España, estaba prohibido hacerlo. Y sin poder contárselo a su familia. 

El lunes vio llegar a Alberto, cabizbajo, con barba de varios días. Saludó con un apagado “buenos días” y se fue directo a su despacho. A los diez minutos llamó a Isabel para decirle que había estado hablando con alguien y que tenía ya preparado quién podría hacer el aborto con totales garantías.

—Lo tengo que pensar. Estoy muy confundida y tengo mucho miedo.

—Yo voy a estar a tu lado.

Isabel pasó la peor semana de su vida. Si decidiese tener ese hijo sería una madre soltera, marginada, sufriendo la presión social que existía en aquel tiempo. Y abortar, en clandestinidad, le daba mucho miedo. Después de mucho pensar, optó por el aborto.

 Cuando llegó el día, Alberto la estaba esperando con el coche en la puerta de su casa. Se sentó hecha un ovillo saludando con un escueto “buenas tardes”. No hablaron más en todo el camino. La cita era en un piso antiguo del centro de Toledo. Era el primero sin ascensor. Las piernas le temblaban al subir las escaleras. Cuando llamó a la puerta abrió una mujer entrada en años indicando donde estaba el baño y que se desnudara de cintura para abajo. Al salir, en el centro del salón, había una mesa de madera alargada y estrecha, tapada con una sábana blanca, donde le dijeron que se subiera. En ese momento, Isabel creyó que se iba a desmayar, pero consiguió tumbarse. Al echar la vista al lado derecho vio, en la sábana, restos de sangre de alguna intervención anterior.

Alberto estaba a su lado, cogiéndole la mano. La mujer, entrada en años, le dijo que abriera bien las piernas para introducir por su vagina una especie de pinzas que estaban en un cubo de plástico. Las sacaba y las volvía a meter varias veces con lo que el dolor que le producían era terrible. Cada vez que sacaba las pinzas salían llenas de sangre. Rota de dolor no paraba de llorar y gritar hasta que, después de varios intentos, paró la mujer y dijo que ya estaba solucionado. La dejaron en la mesa, descansando un rato, dándole medicamentos para evitar la hemorragia. Bajarse le supuso un tremendo esfuerzo, casi no podía  caminar. Se fue al baño, se vistió cómo pudo y salió de la casa bajando las escaleras agarrada al brazo de Alberto. El silencio fue también protagonista en el regreso solo perturbado por el llanto desconsolado de Isabel.

Los días siguientes fueron muy duros. No paraba de sangrar y las compresas no daban a basto. Sola, asustada, con su familia lejos sin poderles contar nada de lo que estaba pasando. No sabía a quién llamar ni qué hacer en estas circunstancias; no se atrevía a buscar ayuda médica  porque sabía que después iría a la cárcel. Pensaba que se moría. Se acordó de Olga, una amiga enfermera que trabajaba en el hospital general de Toledo. Se puso en contacto con ella y pudo facilitarle el teléfono y la dirección de un médico amigo. Como no podía moverse fue el doctor quien se trasladó a su casa. Por fortuna, los medicamentos que le facilitó le fueron bien y logró recuperarse.

Sin embargo, las consecuencias emocionales tardaron más que su recuperación física. La llevaron a sensaciones muy diferentes entre sí;  a veces de culpa, otras de pérdida y otras de ansiedad generalizada. Hasta que logró superar todo el proceso pasó un tiempo considerable.  Se dio de baja en la empresa, se fue de Toledo a Madrid donde encontró un trabajo de guía turístico y conoció al amor de su vida. Con el tiempo, se enteró de que Alberto Suárez, cinco meses después, fue padre de una niña fruto de su matrimonio.

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Hoy, muchos años años después, Isabel, sentada en el jardín de su chalet de El Viso, al escuchar el debate que hay de nuevo sobre el aborto al dar el Tribunal Constitucional el aval definitivo a la ley del aborto aprobada en el año 2010, recuerda aquellos días con tristeza, pensando que tuvo suerte, después de todo, al no estar en la cifra de mujeres muertas por practicar el aborto en condiciones infrahumanas. De lo que está segura es de que seguirá luchando para que otras mujeres no pasen por lo mismo que ella pasó.

«Legalizar el aborto es un paso trascendental para obtener una sociedad más equitativa, más igualitaria, más democrática y finalmente más humana». Dora Barrancos. Historiadora.

Autor: marylia4

Madrileña, aficionada a escribir, socialista, cinéfila, amante de la música, cocinitas, inquieta, decidida, curiosa por la vida..... y otros cuentos.

17 pensamientos en “Hemos de hablar

  1. Sin parar de leer imaginaba las escenas… Un tema tan polémico y del cual me parece no se debe juzgar, es una decisión muy personal. Gracias por compartir querida amiga Marylia. Que tengas un fin de semana estupendo
    Un abrazo grande.

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  2. Sobrecogido por el texto. Una realidad que te hace preguntarte muchas cosas. Gracias por hacernos pensar

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  3. Como mujer se me hiela la sangre y se me eriza todo el cuerpo. A veces nos olvidamos de lo cerca que está en el tiempo este tipo de realidades. Gracias por traerlas al hoy.
    Increíble relato.
    Abrazos 🫂

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  4. La historia es sobrecogedora, parece lejana en el tiempo pero no tanto. Y esas circunstancias se vivieron realmente como tantas otras, que hoy están superadas o camino de superarse. Pero sería interesante que este texto lo leyeran jóvenes para que entiendan lo que pasaba no hace muchos años. Sería una manera de valorar más los logros alcanzados que costaron mucho esfuerzo y dolor. Gran relato. Un abrazo.

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    • Me has adivinado el concepto por el que he hecho el relato. Estamos en sintonía, amigo. Es importante que los jóvenes sepan que esto puede volver a pasar y es necesario tenerlo en cuenta. Muchas gracias, me alegra que te haya gustado. Un abrazo.

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  5. Terrible. En el año que sitúas el relato, creo que eso era bastante frecuente, sobre todo en las mujeres que carecían de medios para costearse un aborto con garantías fuera de España. Seguramente son algunas de las que se oponen a que el aborto sea un derecho. Legal.
    Un saludo, amiga.

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    • Efectivamente, amiga, coincido contigo en todo. La doble moral existente en ese tipo de mujeres. Por ello, es bueno recordar para no olvidar. Muchas gracias por tus palabras y tu visita. Sabes que te admiro mucho. Un fuerte abrazo.

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  6. Que decir querida amiga… triste relato, por lo visto no coincido con la mayoría de los comentarios, no soy quien para juzgar o condenar. Es un tema con muchísimas aristas. Y aunque pueda entender la angustia, la incertidumbre, la desesperación, pero sinceramente considero que el hilo se termina cortando por lo más delgado, por culpa de dos adultos inmaduros. Es más, nada asegura que la mujer que es la que lleva la carga emocional y corporal con el correr de los años su integridad emocional no se vea afectada. Situación que sucede bastante a menudo. Y por último puedo considerar los derechos legales y me parecen justos, lo que no coincido es que se utilice el dinero de mis impuestos para matar, sinceramente no quiero ser parte. Abrazos

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    • Todo mi respeto para tu opinión, querido amigo. Muchas gracias por tu visita. Un abrazo.

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      • Igualmente el mio hacia las opiniones de todos. Lo que sucede es que no concibo que la solución sea la muerte, de nadie. Creo que el dinero que gasta el estado en un aborto gratuito, eso y mucho más debería gastarlo en la mujer que esta pasando por una situación así para contenerla, acompañarla y el niño cuando nace lo entregue a una familia que lo quiera o bien si desea criarlo ella en buena hora. Abrazo

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  7. Parece una historia situada en un lugar y tiempo muy lejano que ciertas personas quieren colocar en un presente muy cercano. Hay decisiones y situaciones personales, y nadie toma decisiones tan complicadas sin haberlo meditado mucho, no creo que se trate de adultos inmaduros como comentan ahí arriba..

    Y, bueno, respecto al dinero de los impuestos, yo también querría tener derecho de veto de algunas cosas, pero no me dejan 😉

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  8. Que bueno… grandísimo el relato, el mensaje, y… absolutamente todo. Enhorabuena y gracias por este regalo

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