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La vida y otros cuentos

Viaje al infierno

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Gaby salía encantada por el éxito que había tenido la jornada de ayuda a las mujeres víctimas de trata que había organizado a través de la asociación que ella preside. Junto a Irina, Ángela y Sofía, después de haber superado las tres su terrible experiencia, han construido unas vidas positivas que sirven de guía y apoyo a esas mujeres. El objetivo es darles un futuro a todas ellas que hasta ese momento se les había negado. 

Actualmente, es feliz; vive con su madre en un pueblo cercano a Madrid. Pero sus inicios, cuando llegó a España, fueron muy duros.

Nació en Sandomerz, un pueblo al norte de Polonia bañado por el río Vístula. Hija única, de familia humilde, su padre las abandonó a ella y a su madre, Olga, cuando tenía tres años. Olga, de expresión triste y consumida por la escasez, tuvo que ponerse a trabajar en diferentes sitios para poder sacar adelante a su hija.  Gaby se crió con muchas carencias por la gran precariedad económica que había en su casa. Con dieciocho años trabajaba en lo que podía y su carácter rebelde la hizo  involucrarse en manifestaciones, participando activamente en movimientos contra el Gobierno de su país. Por las redes sociales conoció a Boris, un ciudadano ruso de 40 años, fuerte complexión y muy simpático. Residía en Madrid y comenzaron a escribirse por whatsapp. Poco a poco la amabilidad de  Boris hizo que Gaby confiase en él ciegamente contándole lo mal que lo estaba pasando y las necesidades que tenía su familia.

—Yo te puedo ayudar, querida Gaby. 

—¿Cómo?

—Tengo contactos aquí y te puedo buscar un buen trabajo.

—Pero  no tengo dinero para el viaje.

—No te preocupes, yo te sufrago los gastos y ya me lo pagarás.

Gaby, anhelando poder salir de su pueblo, creyó en las promesas de Boris y decidió partir hacia España dejando a su madre sola, pero prometiendo que la ayudaría y conseguiría que se reuniese con ella lo antes posible. Cuando llegó a Madrid, Boris la estaba esperando en el aeropuerto. No se conocían en persona, solo a través de videollamadas o fotografías que se mandaban por correo. Cuando la vio llegar se quedó sorprendido al tener delante una mujer rubia, exuberante, de pechos grandes, caderas rotundas y buena estatura. La abrazó dándole dos besos sonoros en las mejillas. Ella se quedó encogida porque no se esperaba tan caluroso recibimiento.

—Vamos al coche —le dijo indicando la puerta de salida—. No puede estar aparcado más de quince minutos.

Ella iba deprisa observando todo con mucha atención; las idas y venidas de la gente, el tránsito que había le llamaban la atención al no haber estado nunca en un aeropuerto tan grande.

Cuando bajó del coche y Boris le señaló donde tenían que ir, se quedó muy sorprendida y algo asustada. Era un bar de copas situado en una calle a espaldas de la Gran Vía que, en aquel momento, se encontraba cerrado. Abrió la puerta con la llave que tenía en el bolsillo y la invitó a entrar. 

Era un sitio oscuro, con una decoración de estilo retro, con luces tenues que invitaban a la conversación íntima. Sofás de terciopelo rojo y un escenario con barra vertical de tubo acerado para realizar actuaciones. En las paredes algunos murales pintados con temática sexual y varias mujeres por allí con poca ropa  en plan soñoliento.

—¿Por qué me has traído a este lugar, Boris?

—Te dije que te iba a encontrar trabajo y aquí lo tienes. Te podrás ganar la vida y comenzar a pagarme lo que estoy haciendo por ti. 

Gaby se quedó estremecida con la respuesta.

—No fue eso en lo que quedamos —contestó con voz trémula casi a punto del llanto.

—Por supuesto que sí. Te dije que te iba a ayudar y aquí lo tienes. Un trabajo, refugio y un sueldo que me tendré que quedar hasta saldar tu deuda conmigo.

Boris Kasparov llevaba varios años viviendo en España. Primero estuvo afincado en la Costa del Sol y actualmente reside en Madrid. Es uno de los líderes de un grupo organizado en los países del Este que tiene estructura en España. Se dedica a la explotación sexual de mujeres para su propio enriquecimiento y el de la organización. Su habilidad para captar mujeres vulnerables en situaciones límite, a través de Internet, ofreciendo buenos trabajos,  hacía que la mayoría cayera en sus redes.

La llevó por una puerta lateral, camuflada, donde se entraba  lo que era la vivienda de las mujeres que trabajaban allí ejerciendo la prostitución. Una habitación grande, con una serie de camas puestas a lo largo, un aseo y un espacio apartado con utensilios de cocina donde podían hacer algo para comer. Todo ello vigilado por un guarda de seguridad de la confianza de Boris. Gaby se sintió morir al ver aquello. Su primera intención fue escapar de aquel horror, pero viendo que no podía, su fuerza y su instinto de supervivencia la hicieron irse adaptando.

Había quince compañeras en las mismas condiciones que ella. Adelina, Sofía, Irina y Ángela eran ya veteranas y la pusieron al día de todo lo que allí tenía que hacer para poder sobrevivir.  Todas tenían una historia a cada cual peor. Eran de todas partes del mundo, iberoamericanas, africanas, ucranianas. Todas con una deuda interminable. 

Al día siguiente, sin dilación, Gaby tuvo que empezar a trabajar en la prostitución. Estaba extremadamente nerviosa y los zapatos de tacón, que le habían proporcionado, le hicieron  dos ampollas en los pies. Era consciente de que estaba a punto de cruzar una línea de la que iba a ser difícil la vuelta atrás. 

En una parte de la barra la estaba esperando un hombre de mediana edad, calvo y gordo. Se fueron  a uno de los reservados. El desnudarse delante de un desconocido fue uno de los momentos más duros. Lo que llegó después fue terrible y nada más terminar tuvo que salir al baño para vomitar. Se miró al espejo y observó su piel de puta llorando con un desconsuelo infinito.

Los clientes del bar eran en su mayoría hombres casados, con familia, que recurrían allí por ocio, diversión y como decían, para huir de la rutina. Varios clientes fijos a los que les gustaba conversar para que les escucharan y otros que deseaban el riesgo, demandando relaciones sexuales sin protección con el peligro que eso conllevaba. También iban jóvenes que salían de juerga en grupo y terminaban pagando si no habían conseguido ligar en toda la noche. Una comunidad variopinta en la que para ellos las mujeres eran meros instrumentos a su servicio.

Así se iban sucediendo los días y cada vez le costaba más tener que prostituirse. Las compañeras más veteranas la ayudaban en todo lo que podían al verla tan joven y tan vulnerable, pero ella tenía un pensamiento fijo en su mente, poder escapar. 

Una de las noches cuando acababa de empezar el trabajo,  vio al final de la barra del bar un cliente nuevo que le estaba haciendo señas con una mano. Era joven, de unos 35 años, delgado, de pelo corto. Se acercó a él y la invitó a una copa. Sus maneras y su forma de expresarse no eran habituales en aquel ambiente. Se fueron al reservado; cuando ella se dirigió al cuarto de baño, él le dijo que no había prisa y que lo que deseaba era que conversaran los dos. Se sentaron sobre la cama, y él se limitó a preguntarle de dónde venía y cómo había llegado hasta aquí. Gaby se sorprendió al comprobar lo bien que se había portado con ella en esta situación tan extrema. Le dijo que se llamaba Javier y quedó en volver a  verla.

Javier Díaz era inspector de policía de la Comisaría de Centro. Estudió la carrera de Derecho y después hizo las oposiciones a policía nacional, llegando a Inspector jefe. Le gustaba ir a la peluquería que estaba en la Plaza de España de la que era propietario Antonio Ramírez. Desde el primer momento, le gustó el resultado del trabajo con su pelo y comenzó a ir asiduamente, entablando los dos una relación de amistad mutua. De vez en cuando quedaban fuera del trabajo para salir a divertirse. A Antonio le gustaba escuchar las historias que Javier le contaba sobre su trabajo. Situaciones muy complicadas las que vivía el policía y su grupo, como la que tenían ahora entre manos, una investigación de trata y narcotráfico de un grupo criminal del Este. Siempre iba con prisas a la peluquería pidiendo que por favor le atendiese rápido.

—Antonio, necesito un corte de pelo pero ya.

—Tendrás que esperar  porque tengo otro cliente delante de ti, que, por cierto, es Jonás, tu compañero.

No sabe cómo se las ingenia Javier porque siempre convence a quien tiene delante y consigue la atención en primer lugar. 

Antonio llevaba dos años en Madrid. Se vino desde Córdoba, su ciudad natal, para establecerse en la capital. Le iba muy bien el negocio porque era un gran peluquero y tenía muy buena clientela al estar en un sitio estratégico de la ciudad, en pleno centro. De la comisaría de Leganitos tenía numerosos clientes y algunos amigos como Antonio, el inspector jefe.

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Gaby nunca había podido imaginar lo que se escondía detrás de un club de alterne. El dinero que generaban con las consumiciones era todo dinero negro y cobraban hasta el agua. Tres veces por semana tenían servicio de peluquería que no era gratis, les descontaban el importe del servicio. Esa tarde no llegó el peluquero que iba de manera habitual, entrando uno nuevo llamado Antonio, siempre bajo la mirada implacable del guarda de seguridad.

Cuando comenzó a peinar a Gaby le conmovió su cara de tristeza. No podía comprender cómo ella estaba en esa clase de vida.

—Creía que el venir a España iba a poder ayudar a mi madre y todo ha sido un vil engaño.

—¿No tienes padre?

—Nos abandonó cuando yo tenía tres años y nunca más supimos de él.

—Es una lástima que hayas caído en este lugar, habiendo otros trabajos.

—Para soportarlo, cierro los ojos y no pienso en nada. 

Después de finalizar el servicio de peluquería, Antonio con disimulo, entregó unos papelitos muy doblados a varias de las compañeras y por último a Gaby. En los papeles estaban escritos unos números que parecían los de un teléfono. Les dijo que tenían que memorizarlos  y  ponerse en contacto con ese número después de destruir los papeles. Aprovecharon la salida del guarda de seguridad que acompañó al peluquero a la puerta para llamar a ese número desde el móvil oculto que tenía Ángela en su cuerpo. La señal de llamada se hizo interminable hasta que al otro lado del teléfono respondió una voz varonil. Se dio a conocer y le dijo su nombre: Javier.

Días después, en los medios de comunicación, se podía leer: «Varios agentes de la policía nacional, de paisano, han desmantelado una red de trata que se encontraba en el bar de copas «El chupito» en una calle aledaña a la Gran Vía de Madrid liberando a 15 mujeres víctimas de explotación sexual».

Autor: marylia4

Madrileña, aficionada a escribir, socialista, cinéfila, amante de la música, cocinitas, inquieta, decidida, curiosa por la vida..... y otros cuentos.

20 pensamientos en “Viaje al infierno

  1. Todavía tengo un nudo en la garganta. Estremecido y emocionado, no tiene uno palabras para expresar el sentimiento hacia los que organizan la trata pero sobre todo hacia tantos miles de mujeres que lo sufren. No hay derecho

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  2. La verdad que es espeluznante y muy triste. Hace años sí que escuché algún caso parecido al que relatas. Desde entonces ya no he oído nada, pero supongo que seguirá existiendo igual o peor. Muy lamentable y doloroso. Además que esas bandas deben de ser peligrosas.
    En fin. Este mundo tan injusto en el que nos ha tocado vivir. Un abrazo amiga.

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  3. Tremendo y crudo relato de una realidad latente ante la que no podemos mirar hacia otro lado. Un texto conmovedor que en este caso -por fortuna- termina bien. Pero queda tanto por hacer y por concienciar. Un abrazo.

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  4. No importa lo desgraciada que sea tu vida, siempre hay personas dispuestas a hacerla aún más miserable. Nunca entenderé como esas personas que provocan tantas desgracias son capaces de soportarse. Como es posible que un día se miren al espejo, vean lo que de verdad son, y sean capaces de seguir viviendo.

    Es un problema muy complicado de resolver, la prohibición absoluta, la legalización total, son dos opciones que tampoco solucionan el problema.. No sé, la verdad

    Un abrazo.

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    • Efectivamente, es muy complicado y sobre todo por el oscurantismo que hay alrededor de este gran problema que sufren tantas mujeres y que no se quiere abordar. Muchas gracias por tus comentarios y tu visita, Un abrazo!!!

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  5. Hermosa ficción amiga. Lastima que es en muchos casos es la triste realidad por la que tienen que pasar varias mujeres engañadas. Abrazos

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  6. Emotivo relato, el sufrimiento de muchas mujeres en realidad. Felicidades por tan bello escrito mi linda amiga. Abrazos

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  7. Un relato que estremece el corazón, pues desgraciadamente existen esas tragedias…
    Gracias por compartir Marylia, escribes muy bien.
    Elvira.

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